jueves, 26 de octubre de 2006

El Subconjunto de los Discapacitados

Artículo rescatado del pasado y con la fecha ajustada a la de su publicación original.

Hoy voy a tratar un tema personal, que de vez en cuando toca alguno. Este artículo es en parte una crítica y en parte una forma de expresar mis sentimientos. Yo no soy poeta, es más, no suelo tener capacidad para apreciar como se merece el arte de la poesía. Pero si puedo escribir en prosa y expresar así mis emociones.

La sociedad es un universo de elementos las cuales en muchos casos se agrupan en conjuntos. Las personas, por naturaleza, solemos buscar a nuestros afines y hacer pequeños conjuntos. En otro artículo hablé largo y tendido del conjunto de los homosexuales, al cual no pertenezco. Hubo otro en el que hablé del subconjunto de los roleros, a este sí que pertenezco. Espero y deseo que estos artículos iluminaran y expresaran sabiduría. Como también espero que este lo haga. En este caso particular, voy a ahondar sobre otro subconjunto más personal. Este es el subconjunto de los discapacitados, al cual pertenezco desde el mismísimo día en que mis ojos se abrieron al mundo.

Soy y nací discapacitado. Mi porcentaje de discapacidad es del 70%. Mi discapacidad es visual y he convivido con ella toda mi vida.

La ciudad en la que nací y vivo es Málaga. Quienes viven aquí y han sido dotados con cierta capacidad de percepción, habrán notado que esta ciudad no es precisamente el “paraíso” de los discapacitados. Ya sean los compañeros con discapacidades auditivas, los que tienen discapacidades motrices o cualquier otro.

En mi caso, las líneas de autobuses, teniendo un sistema GPS que puede indicar las paradas, y que de hecho lo hace en unos carteles luminosos, que ya es algo, no tiene un sistema de sintetización de voz que informe de la parada a los que a diferencia de mí, no tienen resto visual, es decir, que son ciegos.

No han sido pocas las veces que yo, o algún compañero ha tropezado en los innumerables baches de esta ciudad, o pasado gran cantidad de problemas para poder esquivar las también innumerables obras que se realizan a la vez en esta ciudad. Alguna de ellas se inició en mi niñez (cumplo en breve 28 años) y otras más tarde. Unas terminan y otras persisten.

Pocos son los semáforos que reaccionan a un sistema de mando que se les proporciona a los ciegos para saber cuándo pueden cruzar las calles. Otros, ni siquiera los que disponen de buena vista pueden verlos, porque se ven deslumbrados por el sol, tapados por árboles o cualquier otro problema.

Seguramente, si intentara pasear por las calles imaginando que voy en una silla de ruedas, percibiría aún más obstáculos. Y si lo hiciera intentando imaginar que tengo problemas auditivos, o que soy sensible al sonido tres cuartos de lo mismo. Tampoco se puede decir que Málaga sea una ciudad silenciosa y tranquila precisamente.

Pero de todas las barreras que esta ciudad me ha enseñado, la peor de todas, la más insuperable es la de sus ciudadanos. Obviamente no cometeré la falta de generalizar y hablar de todos los malagueños, pero sí creo poder permitirme hacer notar ciertos casos que he tenido la desgracia de presenciar.

No recuerdo los detalles exactos, pero en una ocasión, un tipo me preguntó si tenía síndrome de Down. Nadie vaya a pensar que desmerezco en absoluto a quien lo padece, pero una persona que me conoce de dos minutos ¿Cómo puede llegar a juzgarme a esa velocidad?

En otra ocasión, iba del brazo de un compañero ciego, y había quienes empezaron a burlarse tachándonos de “maricones”, cosa que por cierto sigo sin comprender donde le veían el chiste, es decir, aun si lo hubiéramos sido, no tendría mayor motivo de burla.

¿Es que los ciegos o discapacitados tenemos que ir “marcados”? ¿Un ciego tiene que ir con el bastón blanco por delante y las gafas negras para que todo el mundo pueda saber lo que somos? ¿A este punto hemos llegado?

Otras veces nos recriminan que no podamos hacer las cosas que los demás hacen con facilidad. Ya sea coger un autobús o desplazarnos a lugares que no conocemos.

Intento comprender, que quien no padece una discapacidad, no puede entender con facilidad todo lo que padecerla representa. Me explico:

Ser discapacitado no solo representa el problema de la discapacidad en si mismo, sino que también va acompañado de muchos otros factores sociales y familiares con los que un discapacitado debe aprender a lidiar.

En el caso de la O.N.C.E, han luchado y siguen luchando para hacer entender a sus familiares, por raro o bestia que puede sonar, que un discapacitado no es un ser inútil.

En otros casos, la familia tiene miedo, tiene miedo de que el mundo exterior haga daño a ese hijo o hermano discapacitado. A veces lo transmite recordando muchas veces todos los peligros a los que se expone al salir, otras veces prohibiendo la salida. A veces, llegan a transmitir en masivas medidas a esos discapacitados, el miedo al mundo. El miedo, también nos lleva a veces a los complejos. A compararse con el mundo que les rodea y sentirse inferiores. También les lleva a no aceptarse a ellos mismos y a sus defectos.

Se vive con complejos. Al andar tira cosas, lo que le hace tener más miedo a “meter la pata”. Cuando habla con la gente, no ve sus expresiones faciales, no saben si molestan o no sus palabras. No saben si su interlocutor se ríe de él o si esta aburrido con lo que está escuchando. Hay quien tiene la capacidad de percibirlo en el tono de las respuestas, pero también la gente trata de no exteriorizar demasiado en la voz. Es más fácil engañar con la voz que con los ojos, lo que por lógica hace que un discapacitado visual sea más fácilmente engañado que alguien que posea una vista normal. En muchos casos, la gente “tiene miedo” a acercarse a ellos, porque piensan que les van a ofender al decir frases casuales como “hace tiempo que no nos vemos” y cosas por el estilo. Esto incrementa también los problemas a la hora de tener relaciones sociales.

Algunos, tienen la suerte de tener mucho carácter, sobreponerse a todo ello y luchar, romper esa barrera de seda que es el miedo al exterior que la propia familia transmite y a romper el miedo a la sociedad y a la gente que la integra. En otras ocasiones, se observan casos de discapacitados de 30 y 40 años viviendo en casa y con miedo a bajar a la calle solos.

Algunos, cuentan con gente a su alrededor, ya sean de la O.N.C.E, de otras organizaciones, otros miembros de su familia, amigos... que les ayudan paso a paso a avanzar por esa senda desconocida y oscura.

Desde los albores de de la humanidad el hombre ha temido a la oscuridad. ¿Por qué tememos a la oscuridad? Probablemente porque la oscuridad representa lo desconocido. Y por naturaleza lo desconocido nos asusta. Imaginad ahora a un ciego. Imaginad un mundo lleno de sonidos, de obstáculos y de problemas y de la lucha interior que ha de ganar para ir dando pequeños pasos.

Unos lo consiguen antes, otros después, otros nunca. Pero esa lucha siempre está ahí. Afortunadamente, nosotros los discapacitados visuales contamos con la O.N.C.E, símbolo de la unión entre nosotros y en muchos casos una forma de ayudarnos a conocernos a nosotros mismos a través de conocer a otros como nosotros.

Otro de los efectos que he notado en varias personas es la negación, sobre todo en quien posee una discapacidad que no es perceptible a simple vista. Cosas como dolores de cabeza crónicos (que también es desgraciadamente mi caso), tartamudez, una cojera o diversos otros casos. La gente, parece que si no percibe claramente que alguien es discapacitado, vive con la convicción de que los están engañando. Esto, no es un caso que solo haya visto en mi propia vida, sino que he podido apreciarlo en las vidas de muchos otros compañeros y compañeras con diversas discapacidades.

Si una persona “normal” escucha a alguien de los mencionados en el conjunto anterior decir “no puedo hacer esto por tal o cual razón”, en ocasiones se da el caso de que piensan que realmente si pueden pero no les da la gana. Que es mas cómodo no luchar y que si se pusieran podrían.

En algunos casos, poco a poco, hacemos cosas que no nos atrevemos por miedo, damos esos pequeños pasos que mencioné antes y así avanzamos, más lentamente que el resto, pero avanzamos.

Un ciego que coge un bastón, y parte solo a las calles para intentar llegar a un sitio. Pregunta una y otra vez a los transeúntes, gasta fe y confianza en que la gente con la que habla actuará de buena fe y les ayudaran. A veces se pierden, otras veces llegan a su destino sin saber cómo y otras, consiguen plenamente su objetivo y aprenden el camino. La segunda vez que lo intentan, pueden llegar a la primera o perderse. Dependiendo de lo que pase irán ganando o perdiendo confianza en sí mismos.

En eso, todo ser humano coincide. Cuando superamos nuestras metas personales, ganamos satisfacción propia y confianza. Es un buen camino a la auto-realización. Pero no olvidemos que si eso es difícil para alguien “normal” lo es más para un discapacitado, que ya de base tiene poca confianza en sí mismo por las circunstancias en que vive.

Con este texto no me proclamo el representante de los discapacitados, hay muchos otros casos, gente que no se ajusta a los perfiles que antes he descrito, o gente que si lo hace, en mayor o menor medida. Este artículo está redactado como una forma de expresar un malestar y unos sentimientos que, probablemente, muchos otros como yo compartan.

Yo en mi caso tuve suerte, tuve un buen amigo que me guió, que incluso me arrastró al mundo exterior, y que lucho, en algunos casos contra mi propia familia, por conseguir que yo diera los primeros pasos en la calle.

A mis años, sigo sufriendo miedos, miedos a perderme, miedos a pasar situaciones desagradables como consecuencia de mi problema. Aun a mis años, sigo luchando día a día, luchando contra mis complejos y luchando contra mi sentimiento de inferioridad, que he de afirmar que es muy grande.

Todavía hoy doy explicaciones a unos y a otros de por qué veo esto o no veo lo otro. Y a cada día que pasa me doy más cuenta de lo efímera que son esas explicaciones, dado que solo una persona de corazón abierto puede empatizar mínimamente con esa situación. A veces tienen razón en que es cuestión de miedo, pero está claro que esos miedos y esas barreras solo podemos romperlas nosotros mismos. No se nos puede empujar. Como mucho, “llevar de la mano” para que poco a poco el miedo desaparezca.

Sinceramente, espero que todo este tocho de texto le sirva a alguien, y por pedir, espero que alguien haya tenido la paciencia de leer hasta aquí. Para los que son como yo, solo os puedo aconsejar que luchéis y que rompáis pequeñas barreras poco a poco, y si sois de los que ya lo hacéis, daros ánimo a seguir en la lucha. Para los que son “normales” solo os puedo decir que luchéis por comprender nuestra situación especial.

Y si por casualidad, alguien del ayuntamiento de Málaga, de urbanismo lee esto, o de otro ayuntamiento, que no nos olvide, ni a los discapacitados visuales ni al resto. Todos somos personas, todos queremos relacionarnos, ser capaces de desplazarnos, ser capaces de convivir con los demás, de sentirnos independientes y de luchar con los miedos, que no son solo cosa de los discapacitados.

Y mientras escribo estas palabras en un monitor de 22 pulgadas y con las fuentes ampliadas, se que en la O.N.C.E y en muchas otras asociaciones se sigue luchando y se luchará donde todas las personas seamos no solo iguales ante la ley, sino también lo más iguales posible ante el entorno y la sociedad.

Puede que algún día lejano, aprendamos a no prejuzgar y a aceptar a las personas tal y como son. Pocas son mis esperanzas, pero todavía me queda alguna. Solo puedo pedir al destino que esos pocos hilos de esperanza que quedan no se rompan, sino que se fortalezcan.

1 comentario:

  1. Estoy haciendo un repaso por los artículos que en un pasado editaste Gara, y he de decir que este en concreto ha sido devorado con una fruición inusual en mí ¿Por qué? Pues debido a que considero que más escritos como este son necesarios en una sociedad muy preocupada por sí misma, lamentablemente y en la mayoría de casos desinformada y cada vez más individualizada. Me quedo con la apreciación que haces sobre los muros que se levantan al prejuzgar; farallones estos que, a veces, son un impedimento mayor que el bordillo de una acera o la guía sonora que precisa un invidente para lograr hacer uso del transporte. El artículo me ha llegado y así lo manifiesto, y considero que es de esos que deberías volver a publicar como nueva entrada; vamos, de un imperativo absoluto y total que esta reflexión tuya pueda llegar a más lectores. Hasta una siguiente entrada. Ah, decirte que tus nuevas entradas ya dan el salto directamente a mi blog. Cia.

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